Desde casa intento salir a caminar todos los días y siempre con mi media naranja. Salimos, subimos llegamos a la plaza y decidimos: derecha, izquierda o recto… Después carretera y manta.
Siempre nos acompaña Max, nuestro perro, y algún que otro día la música o la radio.
Pero lo que más nos ha acompañado desde marzo del 2020 ha sido un cielo azul precioso. Con unas nubes puestas como para decorar, de esas que dan rienda suelta a nuestros ojos y sobre todo a nuestra imaginación.
Antes cuando salíamos a caminar el cielo era NORMAL, azulón, con nubes y con muchas rayas que dejaban rastro del humo de los aviones. Era un sin parar de líneas, de muchas rayas y alguna que otra curva para despistar.
Hubo unos días en los que llovió mucho y se lavó tanto, tanto el monte que la naturaleza tenía un brillo especial, como el del cielo.
Que suerte poder vivir aquí, en este rincón del prepirineo aragonés y poder tener estos paisajes, son auténticos regalos que la madre naturaleza nos da día tras día.
Pero mi gran sorpresa fue hace unos días, íbamos caminando y mirando el cielo, estaba lleno de nubes preciosas, grandes, pequeñas, haciendo dibujos, unidas, otras muy separadas… con una gama increíble de tonalidades. Y de golpe un ruido que nos sobrecogió a los dos. No lo recordábamos, sonaba extraño, cercano y no sabíamos de donde venía, era un avión, ni lo vimos a él ni vimos su línea surcando el cielo pero aquel sonido entre tanto silencio era desconcertante.
Eso era lo normal hace unos meses. No oíamos el ruido que hacían los aviones porque lo teníamos tan acostumbrado y asimilado que no lo sentíamos, pero con todos estos cambios de los últimos meses, cualquier ruido por sigiloso que sea retumba más de lo que nos parece.
Que fácil nos acostumbramos y normalizamos algunas cosas y que poco las echamos de menos cuando las perdemos.
En fin hay cosas, ruidos, posibilidades, que tengo muchas ganas de recuperar del todo, pero hay otras que voy a valorar mucho más antes de volverlas a perder.
Salud y saludos para tod@s.